Al Norte

Albert Bierstadt – «Among the Sierra Nevada Mountains»

Diría que es extraño deambular entre estas zarzas, días y noches soleadas, como ánimas sin rumbo, apenas sintiendo los vientos impregnados de lamentos que nos mecen. Y digo que pensaría que es extraño, si este lugar no pareciera haber sido así desde los albores mismos, si no pareciera haber sido diseñado con este preciso y peculiar propósito.

Y es que uno no puede dejar de abstraerse y advertir que aquí las almas atormentadas sanan y olvidan los estragos del paso del tiempo. Diría más, aquí no pasa el tiempo, las horas parecen ser solo recuerdos de pasados pretéritos, memorias de otras vidas, instantes de melancolía que rezuman en el aire y, en ocasiones, saben a verano.

Y así me siento en cualquier ribera, quizás penando, quizás deleitándome con esta reconfortante nostalgia. Enjugo mis pies desnudos en la inevitable calma del agua fresca, y, mirando al horizonte, reparo en que solo en este desolado paisaje hallo sosiego. Y experimento como una revelación, tal vez trivial, que permea en mi pensamiento y me convence de que la vida no es más que esto, que los sueños son traicioneros y que no hay plan que valga. Me revela incluso que, tras estos frondosos páramos, al Norte, se extienden inabarcables cumbres, montañas de locura.

Y yo quiero ver montañas otra vez, Gandalf, montañas.

Por eso siempre dirijo mi mirada, y todo mi ser, hacia allí; porque así quedó grabado en mi entendimiento cuando apenas concebía el universo, y los infinitos, siendo tan solo un niño. Y así mi vida es un continuo ir al mismo e incierto lugar. Porque… ¿cómo oponerme a los sueños de infancia, tan irracionales y disparatadamente decisivos al mismo tiempo? No, solo puedo seguirlos con la cabeza alta fingiendo orgullo, o con estoica resignación.

Qué pena no vivir en un eterno retorno, y que la vida nos la juguemos a un solo intento.

Aunque aquí, donde los días pueden durar meses y la noche ser un dulce letargo que confunde otoño e invierno, la historia se me antoja cíclica, y presiento que bien pudiera volver a intentarlo una y otra vez. Y tratar así de convencer a este pequeño tirano de que la existencia puede ser otra. Que no hay tragedia en una mirada, ni drama tras ninguna sonrisa. Que compartir experiencias puede ser en sí mismo la vida y que, así, podemos seguir caminando hacia el Norte, mirando las montañas que pueblan el horizonte, sin que estas tengan que desaparecer para siempre. Que quien te da parte de su tiempo, da un poco de sí.

Que, en este cíclico existir, no hay que aferrarse a la oscuridad de los sórdidos pasajes que inevitablemente se cruzan en nuestro camino. Pasajes que bien pudieran ser desechados, quizás tan solo aspirando esa veraniega fragancia a melancolía, que a veces huele a azahar y a dama de noche, incluso en las gélidas y eternas noches de invierno iluminadas por la Aurora Boreal.

Que no hay cisma, y que la vida es una.

Y es por eso que, cuando me pierdo, ajusto mi astrolabio rumbo al Norte, mientras batallo con el traqueteo de este tren que me arrulla. Y sí, aunque tras los cristales se difuminan los árboles a gran velocidad, me entristece advertir que no llegan trenes allí donde los soñé, donde las estepas nevadas ocultan secretos inconfesables. Pero, en constante movimiento, los detalles apenas importan, y avanzo sin mirar atrás, sin parada clara, con destino fijo, siempre al Norte.

Incluso varado en algún ignoto andén, o en la inmensa quietud de un puerto de montaña ¿no sientes acaso que el mundo es infinito, y a la vez tan pequeño que puedes recorrerlo varias veces en una vida?

A veces, me detengo a descansar, y quizás admirar el paisaje que me rodea. Pero pronto, como una aguja incandescente, intuyo la flecha que me guía, en caída libre a través del inevitable espacio-tiempo, siempre hacia el fijo polo magnético con sonoro tic tac. Y así, sentado en un banco frente a raíles infinitos, inconmensurables a la pérfida limitación de la vista, tan real y ladina, vuelvo a descubrir laberintos, y más laberintos, que multiplican abominaciones en los espejos que nos rodean, postulando mi destino con más fuerza.

Echar el macuto al hombro y continuar mi camino.

Deja un comentario