Vio la luna y compró un cementerio* (2010)

¿Qué nos intentará decir la luna al reflejarse en el espejo e inundarnos con su gélida y mortecina luz desde la oscuridad del firmamento?

ANÓNIMO

¿Qué?…me pregunto. ¿Qué es esto? ¿Será cierto que la noche permea entre mis huesos? ¿Por qué siento el ocaso del día tan dentro de mí?

Dios me acoja y revele la razón por la cual me estremezco. Acaso dormitaba, pues en mi recuerdo reciente nada habitaba.

Tanta lobreguez es insoportable, pienso; pero enciendo la lámpara y tan solo discierno tinieblas blancas. Nada distingo con la vista parca: meras manchas borrosas en un vacío insondable.

Recorro la casa, deslizándome, reptando por los pasillos, huyendo de este destino inmediato que me abrasa la cordura. Hiperventilo vaho reseco mientras el corazón me lacera las costillas. El calor me hierve la sangre y obtura la garganta que se anuda viscosa y no me deja respirar. ¡Dichosa noche que te ríes de mi desgracia!

Las escaleras se extienden ante mí sin aviso previo y voy a dar de bruces pisos más abajo contra el reloj de ébano. Aúllo dolorido, pero el golpe esta vez no me pide cuentas; las heridas abiertas, que brotan rojas, son tan solo un nimio entumecimiento.

¿Campanas?… Las agujas estarán marcando las “en punto” en alguna región de la esfera. Entrecierro los párpados y afino la escucha. Ni tan siquiera un susurro. Siento los tímpanos anegarse y cada sonido no es más que un chapoteo sordo en melaza espesa.

Al abrir los ojos, los párpados se aferran a la córnea con desgana y la desgarran. Y… ¡Oh Dios bendito!… vuelvo a ver. Fosfenos amarillos recorren mi retina mal trazados sobre un soporífero y decadente telón, que, negro, corroe mi mirada hasta cerrarse por completo.

Cerca del reloj palpo sus agujas esperando, tal vez, una luz que sobre ésta pesadilla arroje razón, que me aclare algo de este ignominioso galimatías. Puedo sentir acaso que mis manos estén tocando algún objeto, pero precisar qué no consigo.

Mi piel ahora no es más que cuero muerto que recubre mi ser, que se adhiere inerte sobre él y gradualmente va desapareciendo, abandonando su existencia. Puedo ver como los dedos ennegrecen desde las yemas propagando su necrosis con fluidez, como agua ascendiendo por capilaridad sobre papel. Casi me desvanezco, pero trato de asirme con fuerza fuera de este cuerpo infecto, que siento pudrirse desde las entrañas mismas.

¡Oh indecorosa noche que te apoderas de mí! ¿Hacia qué lugares extraños me conduces?

Poco pertenezco ya al mundo de los vivos. Estaré, quizás, muriendo y, por tozudez, no lo consigo. ¡Si has de llevarme hazlo de una vez por todas! ¿Qué te sucede?… que me cercenas la vida del mismo modo que un niño juega con un insecto.

Ahora también el tiempo parece arrastrase con pesadez. Privado de realidad, apenas siento mi cuerpo; tan solo un tímido rumor acuoso, señal de que me licuo por dentro.

¿Es este el fin? ¿La eternidad consciente enjaulada en una masa de carne pútrida que mengua lentamente?

¡No! ¡No puede ser! ¿No es esto acaso fruto del delirio? ¿Una alucinación emergente de un cerebro enfermo? ¿No he visto esto en la clínica antes, millares de veces? ¿No es cierto que existen nódulos que presionan bajo el cráneo constriñendo la realidad? ¿Y no se necesita tan solo una ventana en el hueso para liberar la subyacente masa cerebral?

Con estos pensamientos hago acopio de fuerzas inexistentes, buscando mi vieja caja de herramientas. Aferro en la lejanía del mundo un taladro y me palpo el cuero cabelludo glabro en busca de protuberancias. Y ahí está ese pequeño e imperceptible absceso que en la base de la nuca hallo inmerso.

Posiciono la broca tras de mí, sobre la fuente de mis infortunios y puedo oír, en el más allá, un estridente ruido que, poco a poco, se va extinguiendo, muy, muy lentamente.

NOTAS

*Título tomado de la película homónima del 2003 del realizador argentino Germán Magariños

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